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La sensibilidad como guía en relatos con finales diversos

La sensibilidad como guía en relatos con finales diversos

La búsqueda de finales alternativos

En una tranquila noche, mis tres hijos, ya en pijama, se disputan el espacio en la cama matrimonial. Decido tomar un libro y empiezo a leer en voz alta la historia de una mujer extraordinaria, típica de las colecciones dedicadas a chicas, narrada en páginas breves, con ilustraciones impecables y un desenlace brillante: medalla, foto y aplausos. Al cerrar el libro, les pregunto qué les ha parecido, y mi hijo de siete años dice: “¿Y si no ganaba la final?”. Le respondo de manera rápida, con lo obvio: seguro que lo intentaría de nuevo hasta tal vez lograrlo algún día. Sin embargo, su pregunta me hace reflexionar.

No se trataba solo de ese libro en particular. Era la enseñanza oculta en tantos relatos que consumimos sin cuestionar. La mayoría de nuestras películas, libros y obras de teatro concluyen con un mismo escenario: el podio, los aplausos y un estadio repleto. Como si el único desenlace aceptable fuera el triunfo. ¿Cuántas películas concluyen con una protagonista que elige retirarse antes de la gran hazaña porque prefiere no pagar ese precio? ¿O con un personaje que decide no llevarse una suma millonaria por una patente y opta por donarla a la ciencia? Como escribió Juan Sasturain en su Manual de perdedores, nos enseñan a ganar como si fuera una norma, pero la vida se asemeja a menudo más a una serie de tropiezos y fracasos. Quizás lo realmente importante no sea alcanzar la cima, sino aprender a vivir también en la inestabilidad de lo que no sale como esperábamos.

Reflexiones sobre la escritura

Han pasado dos meses desde aquella noche. En la mesita de noche reposa un cuaderno lleno de tachaduras. Los nombres entran y salen como si jugasen al escondite conmigo. Anoto a Charly García, lo borro, vuelve a aparecer más abajo. Apunto a la científica Raquel Chan, la tacho, y la vuelvo a escribir. Una deportista surge, me convenzo de que sí, y un rato después ya no estoy tan segura. El cuaderno se ha convertido en un mapa de indecisiones: quería mostrar referentes diversos, pero ¿a quiénes? ¿Con qué criterio? Había días en que me parecía imposible decidir.

El proceso de crear el libro fue un caos lleno de vida. Mis hijos evaluaban cada texto en tiempo real: yo se los leía antes de dormir, y sus reacciones se volvían mi termómetro más sincero. Si hacían demasiadas preguntas, había que reescribir. Si permanecían en silencio, sabía que algo había funcionado. Y cuando pedían más, como aquella vez que quisieron ver videos de Martín Kremenchuzky, un triatleta ciego entrenando con sus guías, para mí era una victoria. Una noche, tras relatar la historia de Delfina Pignatiello, la nadadora que se atrevió a alejarse del podio al darse cuenta de que no era feliz, mi hija de diez años me miró seria y comentó: “No puedo creer que se haya retirado cuando todos le decían que era buenísima”. Esa frase tenía más valor que cualquier crítica literaria. Entendí que no bastaba con que yo lo supiera; ellos debían crecer con la convicción de que bajarse de un proyecto, alejarse del centro o tomar otro camino también es válido.

Descubriendo identidades múltiples

Mis propios fantasmas me acompañaron en este proceso. Durante años, sentí que debía elegir un solo camino: periodista, doula, escritora o emprendedora; como si ser múltiples a la vez fuera un error. Sensibles me confirmó lo contrario: que la identidad puede ser múltiple y que la riqueza reside en la mezcla. Quizás por eso me identifiqué tanto con Agustín “Rada” Aristarán, que hace humor, música y magia, y durante mucho tiempo le dijeron que debía definirse. Su historia me recordó algo que había olvidado: que está bien moverse, cambiar, probar, ir y volver. Que no existe un único camino posible.

Existen días en los que me entusiasmo como si armara un rompecabezas nuevo, mientras que otros me dejan ante una hoja en blanco, convencida de que no lo lograré. Inicialmente, pensar en treinta y cinco historias era un universo, pero con el tiempo comprendí que cada elección trae consigo la sombra de otras posibilidades. Lo que realmente importaba no era relatar toda la historia, sino decidir desde qué punto mirarla, y encontrar el gesto que revelara lo más humano de cada personaje. Podía ser el cabello blanco de Marta Argerich, que se convirtió en símbolo de rebeldía, o Duki, que fue la oveja negra de su familia y logró revertir esa situación, haciendo que su madre, padre y hermano quisieran trabajar con él. El desafío era ese: decidir qué resaltar para que cada retrato mostrara la sensibilidad convertida en fuerza.

La historia de Olga y Leticia Cossettini

La última historia que añadí fue la de Olga y Leticia Cossettini, dos hermanas que en los años treinta fundaron en Rosario una escuela tan innovadora que aún hoy genera incomodidad. Al concluir ese capítulo entendí que el libro estaba completo: necesitaba ser una invitación a cuestionar cómo aprendemos. El libro cierra con Franco Colapinto, un joven de apenas veintidós años que compite en la Fórmula 1, enfrentando días buenos y malos, con victorias y deslices a la vista de todos. Muchos se preguntan por qué lo incluí si su futuro es incierto, si aún no sabemos hasta dónde llegará. Precisamente por eso: porque Sensibles no pretende mostrar carreras perfectas sino vidas reales, con contradicciones, dudas y la incertidumbre que siempre acompaña cualquier búsqueda.

Quizás todo comenzó aquella noche en la cama grande, cuando mi hijo cuestionó qué ocurriría si una tenista no ganaba una final y si, aun así, la recordaríamos. Desde entonces comprendí que las historias que necesitaba contar eran aquellas donde la sensibilidad sirve como una posible brújula. Necesitábamos relatos que no presentaran héroes perfectos, sino finales diversos.